Teoría estética de la indeterminabilidad

He decidido sacar a la luz el ensayo filosófico Estética de la indeterminabilidad. Espero que pronto pueda dar noticias sobre la publicación.
La Teoría de la Indeterminabilidad fue escrita durante mi estancia-retiro en las montañas de Cantabria en el año 2009. Los estudios de Estética que sotuvieron mi investigación fueron realizados en la Universidad de la UNED con los estimados doctores estetas, profesores y guías D. Simón Marchán y D. Jordi Claramonte. Un profundo agradecimiento a ellos.
En la entrada abajo podeis leer el capítulo II, 4

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lunes, 27 de abril de 2015

Estética de la indeterminabilidad (Capítulo. II , 4)

4.- El temple y el estado estético de indeterminabilidad. (Contemplación-indeterminabilidad).

Todo ámbito de estudio que, partiendo del estado de conciencia base del temple intermedio, desee desarrollos en bloque de esos estados pasivos latentes razón-sensibilidad, se sitúa en busca de encuentros con la no aleatoriedad.  Pues cuanto más se alza el bloque de unicidad, mayor es la conciencia y menor la aleatoriedad.
Este carácter evolutivo es una capacidad que viene inherente a todo ser humano y puede ser provocado por muchas circunstancias sobrevenidas, sin embargo, conviene destacar que tanto el arte, con sus circunstancias sensibles, como la filosofía, con sus circunstancias pensantes, intervienen de una manera fundamental con lo que desde la estética, que es filosofía de la sensibilidad, nos colocamos en posición más que adecuada.
En el anterior capítulo hablé sobre los cuatro frentes de investigación fundamentales de las estéticas que pueden actuar con los fundamentos heredados del método hegeliano de verdad filosófica y que nos abre paso también a las diversas teorías del arte. Para el presente apartado, me gustaría aceptar  “el prescindir” de cualquier tipo de verdad, queriéndome  hermanar con algunas de las fenomenologías descriptivas más actuales en ese sentido. Del mismo modo, también desearía prescindir “el aceptar” cualquier tipo de aleatoriedad, con lo que me pongo también presto a avenirme, en este sentido, con las ontologías.
El perfil de determinabilidad de las estéticas nos instruye en el estudio para nuestra indeterminabilidad, pues no es posible coger camino hacia lo que pretende lo in-aleatorio si no se sabe qué es y cómo afecta lo aleatorio.  En estos términos, los caminos de la determinibilidad nos sirven para acotar en grado los diferentes ámbitos de la indeterminabilidad. Así, el estado de ánimo, por propio conocimiento y voluntad, puede cambiar de rumbo sin necesidad de obligarlo a los estrechos pasadizos de la verdad  absoluta y determinista o a la desazonada y amplia realidad múltiple y disipada de cada sujeto.

Decía Schiller:

He demostrado expresamente que la belleza no produce ningún resultado ni para el entendimiento ni para la voluntad; que, en sus menesteres no se ocupa ni del pensamiento ni de la resolución y que sólo proporciona fuerza a las dos facultades, pero sin determinar nada en absoluto sobre el uso de esa fuerza. En ese punto cesa toda ayuda de fuera, y la forma lógica pura, el concepto, tiene que hablar inmediatamente al pensamiento, como forma moral pura, la ley, a la voluntad.[1]

Los estados pasivos latentes en ejercicio estético (receptivo), a través de la obra de arte o de la experiencia estética contemplativa, en ejercicio artístico (de acción), a través de la obra estética o de la acción estética sensible,  o en ejercicio espiritual (contemplación mística, de acción y método de las prácticas espirituales) conectan directamente con la felicidad y todos los estados que eso conlleva, tales como , armonía, sosiego, belleza, quietud, relajo, paz, etc.,  que es un “no corpóreo” lleno de todo, como un despertar de luz. Todo ser que experimenta esa no-sensación, ese no-pensamiento, está experimentando la indeterminación, la felicidad completa.
Ese estado no es algo coyuntural,  en el estado de indeterminación hay una actividad latente de sensación y pensamiento que es dirigida por los diferentes estadios de la conciencia desarrollada. Por ello, coincidiendo con Schiller, ni sensación ni pensamiento evalúan, ni normatizan, digamos que sienten en un estado de pasividad de la sensibilidad o piensan en un estado de pasividad del pensamiento. En ese sentido,  piensan o sienten en una realidad distinta a la causa y efecto de la realidad determinada, con lo que está liberada de aquella ley y de la de aleatoriedad. Con lo que puede sentir y pensar sin sujeción a tales leyes.
Desde la visión determinada, esos estados pasivos latentes son sólo aparentes puesto que son fugaces, con lo que no son reales para ellos, ni verdaderos. Sin embargo, dentro de  la indeterminación,  esos estados pasivos son activos, en verdad y en realidad, porque son reales; no son, en absoluto, ninguna clase de fantasía. La no sensación o el no pensamiento es negación de existencia, no obstante, para lo indeterminado es realidad; hay sensación y pensamiento, pero de otra clase, de la clase que se ubica enlazada en el bloque del temple. Por eso desde allí no existe lo no existente, no existe el no-pensamiento ni la no-sensación, porque la nada sólo existe para el mundo determinado. Por ello en la indeterminación tampoco existe lo aleatorio, que es ausencia completa de causa.  Y también por todo eso, en lo indeterminado, cualquier determinación es también inexistente,  es pura apariencia.  Desde el prisma de lo indeterminado es al revés, lo determinado es la apariencia. Así que dependiendo de la realidad en la que estemos, veremos como aparente su contrario. Ya que dependiendo del estado de realidad que nos encontremos vemos apariencia,  necesitamos reconocer las diferentes realidades; necesitamos, para evitar el conflicto, conocer cómo se maneja uno en la determinabilidad y en la indeterminabilidad, que son el camino de una realidad u otra.
Schiller llevaba razón en hablar de que la estética era mediadora,  pero ahora, con el conocimiento adquirido,  interesa preguntarse: ¿Mediadora de qué? Si la estética se conforma con ser sólo mediadora de la razón, se queda coja y vuelve al círculo de lo determinado. Desde luego, nos interesa que la estética sea mediadora, pero no para que el estado pasivo sea una fugaz felicidad excusa del ejercicio de la razón y de las sensaciones en el libre juego de las facultades subyugadas por una, la razón,  o por la otra, la sensación; sino para que la felicidad sea cada vez menos fugaz y  que el estado latente permita que se produzca a su vez,  tanto en sensación como en pensamiento. Sin renunciar a ninguno de los dos por el primado del otro, sino conviniendo integraciones.
Cuando Schiller pensaba en la estetización del hombre para determinar su sensación, hablaba de que el temple debía abocarse a la ley para su regulación, porque sensación sin razón no llevaba a buen puerto. Una forma de limitar a las sensaciones bajo el primado de la razón, de ahí que el temple fuese condenado a ser fugaz. ¿Cómo ha de existir el temple cuando la razón ha de primar e imponerse a la sensación? De la misma manera, el temple tampoco tiene lugar si la razón se subyuga a la emoción. El primado de uno o de otro no trae más que consecuencias inestables para las emociones y para la racionalidad del sujeto. Eternas luchas infructuosas que no llevan, en definitiva, a la felicidad. El estado de indeterminación es un estado donde lo racional está estable con las sensaciones, se experimenta uno sobre el otro sin intención de gobierno o de incapacidad. Un estado racional que no esté en equilibrio con las sensaciones, causa un estado de infelicidad de manera inmediata, desequilibra al sujeto irremediablemente. De manera inversa sucede lo mismo. Así, si un sujeto no puede desarrollarse en uno de los ámbitos en comunión con su otra parte, se le está impidiendo desarrollar su temple, con lo que se le está impidiendo ser feliz. La adecuación de la parte sensitiva con la racional, lleva a desprenderse de cualquier prejuicio de una y de otra parte con lo que, en sus estados particulares interiores de búsqueda del equilibrio del temple, se desenlaza de todo el universo restante, y una amplia red de incompatibilidades se abre con el resto del universo. Es de vital importancia que, dentro del ámbito de la estética, se convenga un modo de intervenir que integre todo el infinito universo de particularidades. Desde mi parecer, creo que la única forma de hacerlo es “determinando” una realidad común para  la indeterminación, pero no con una intención determinista, o determinable, sino con la intención de que se ubique un territorio indeterminable, que esté en el legítimo camino de la indeterminación, y que sea de todos y para todos. Hablamos de una realidad que pueda desarrollarse sin trabas, y que verifique encuentros que provoquen la unicidad que necesitamos para construir un mundo mejor, más adaptado y evolutivo, con capacidad para regularse y para desarrollarse en los términos equilibradores que los humano necesitamos para el ejercicio progresivo de nuestra conciencia y de nuestra paz.
El hecho de “establecer” una realidad distinta a la de los comunes mortales para los comunes mortales, no debería llevarnos a pensar que somos capaces de totalizarla como se ha pretendido hacer, con resultados catastróficos, ya en otros tiempos. Nosotros no podemos totalizar nada desde una particularidad salvo la nuestra propia. Por convenio universal, que ya sabemos de esto, podemos, en todo caso, determinar todo aquello que, por diversas razones de ley y por su determinabilidad, se ajuste a la necesidad y el entendimiento.
Y en tal escala de valores ha de continuar. Para poder designar una realidad nueva que no se rija por la ley determinada y que la respete, sólo ha de ser posible si nace desde el interior de cada individuo, y en tal situación, aunque “establezcamos” indeterminabilidad no es determinación. Toda vez que el sujeto lo experimente, vibra en sintonía con las otras leyes, con lo que desecha sin ningún problema la ley clásica,  y se incorpora a la nueva. La cuestión importante radica en discernir  que la labor de “determinar” lo indeterminado sólo la llevamos a cabo para que sea cognoscible desde el mundo determinado, pero no para conocer lo indeterminado. Esta extraña y paradójica “determinación de lo indeterminado” sólo habilita la posibilidad para lo determinado pero no es lo indeterminado. Lo indeterminado sólo puede ser conocido desde la experiencia íntima y realizable de cada sujeto. Una vez instalado en el interior, con sensación y pensamiento, podrá translucirse más allá. De dentro hacia fuera. Es ese el camino de la indeterminabilidad, no hay otro. Lo iremos viendo.
En el transcurso de nuestras experiencias con la conciencia y sus evoluciones bien pudiera ser que se pudiesen articular algunas de las leyes conectadas con la realidad determinada y clásica y sus leyes, pero sólo en manos de las experiencias de muchos sujetos, cabe posibilidad de que esto suceda; y no que quede sólo en las desacreditadas manos de algunos “poetas o místicos locos”.
Cuando hablo de indeterminabilidad, quiero decir que hablo de la posibilidad desde el mundo determinado de llegar a la otra realidad. En el ejercicio de articularlo estoy, sin embargo, no es ella tampoco la realidad que esperamos conocer. La estética teoriza porque interviene y participa teóricamente sobre los temas relacionados con la sensación y sus pensamientos, no porque sea ésta, la realidad misma pretendida. La filosofía es parte del método, pero no es la gobernadora, en toda caso directora, ya que necesita de otras participaciones. Me viene a la memoria lo que Max Dessoir dijera sobre que “el filósofo, que quiere meter las narices en todo”,  “sin idea correcta ni un conocimiento básico de las cosas sobre las que fantasea”[2]
El pensamiento estético toma conciencia que no puede por sí solo llevar las riendas, con lo que deja al arte lo que es de su competencia. Arte implica también teoría así que se admite que, en ese terreno, la estética sea más amplia que el arte; pero el arte lleva consigo una parte práctica más amplia que engloba más que la estética. La división entre estética y teoría del arte es un ejemplo de cómo, cuando se quiere gobernar a través de un solo medio, en este caso el pensamiento, la sensación viene por otro lado, reivindicando sus derechos. Poner en común, en teoría,  el juego de las facultades estéticas es  una función de la misma estética, y el arte, como brazo operador que es, viene a formar parte de la experiencia de toda sensibilidad y pensamiento. Arte no debe ser obligatoriamente brazo ejecutor de la estética, pero puede ser si así sea elegido. Toda teoría de la sensibilidad y el pensamiento es fundamento de experiencia, que es exactamente lo que busca el arte. Y toda experiencia con la sensibilidad  y el pensamiento es fundamento de teoría, que es lo que busca la estética.
Tal vez, a estas alturas de nuestra historia, no queramos crear más guerras, ni inmiscuirnos allá afuera de nuestras fronteras donde queremos crear gobierno, es seguro que en el intermedio, donde la práctica se funde con la teoría y la teoría con la práctica, exista una estética que está en el camino de ser arte y un arte que se encuentra en el proceso de ser estética.  Las diferencias son muy sutiles, con lo que necesitamos una estética de las integraciones,  que sea capaz de teorizar sobre la práctica de trasladarse de un lugar a otro de manera que sea reconocible, pero que no anule las identidades. No es campo de ahora, sin embargo, por su importancia lo menciono. La estética, en su ejercicio de hacer teoría, desea su práctica con lo que, aunque suene extraño, ha de bajar su nivel de pensamiento para que pueda experimentar lo que dice y provoque encuentros con el arte. Del mismo modo, el arte ha de bajar su nivel de sensación para que pueda experimentar en pensamiento lo que expresa, y así provoque encuentros con la estética. Por convenio filosófico, se le ha otorgado capacidad general de teoría a la estética  y de práctica al arte, no obstante, eso no debe significar que tanto una como la otra no participe en su contraria, se estima capacidad con carácter general. De hecho, con la partición actual de “Estética” y “Teoría del arte”, no se ha hecho más que entregar más posibilidad práctica a la estética de la mano del arte, participando ella misma del ámbito de su practicidad. Teoría del arte se inmiscuye en las prácticas del mismo arte, con lo que participa activamente de la acción artística, y disuelve algunas fronteras. Es éste un tema delicado a estudiar, entre otras muchas cosas porque la estética también haya práctica en la realización que se produce a través de la experiencia estética, otro desdoblamiento que no tiene relación directa con el arte.
Las usanzas de cada disciplina vienen medidas en tanto sus normas generales que la rigen, lo estético o lo artístico están en permanente proceso de integración en la medida que las fronteras entre ellas son sutiles y difíciles de determinar; sus actividades son complementarias y, por ello, complejas a la hora de organizar autonomías, es por esta razón que, pese a los esfuerzos que se hagan en una u otra dirección,  hayan de conservar y fomentar sus alianzas, en el permanente encuentro de sus fronteras. Estos hechos hacen que, en el ejercicio de indeteminabilidad,  el pensamiento y la sensibilidad se acojan a su temple y la actividad sobrevenida desde cualquiera de las dos disciplinas, de mayor teoría o de mayor práctica, estén perfectamente compaginadas con el pasivo latente del temple. El ejercicio de pensamiento estético crece en sintonía con la experiencia de su sensibilidad,  y el “bloque conciencia” crece sin perder la autonomía propia del pensamiento estético; en otras palabras, cuando se alcanza el temple a través del ejercicio pensante que busca su encuentro  con la sensibilidad, la actividad pensante crece en bloque en compañía de su sensibilidad. Y la sensibilidad,  aunque no sea  protagonista, se deja llevar, gracias a su confraternización con el pensamiento, por la actividad  protagonista del pensamiento. La estética dirige pero no gobierna. Y el ejercicio de pensamiento se activa en un estado de absoluta paz. Desde la actividad pasiva latente en equiparación sensibilidad-pensamiento, con su ritmo de unicidad, el pensamiento se dispone a poner la melodía, y la música se eleva y mantiene la orquesta de la conciencia en un sostenido estado de realidad indeterminada.
De la misma manera, el arte actúa. Cuando en conjunción con su temple, el ritmo de la música de la conciencia desea fluir y activarse bajo las directrices de la melodía de la sensibilidad, el arte nace. Y la realidad indeterminada acontece.
Qué maravilla que en los desenlaces indeterminabilidad de las diferentes actividades experimentadas a partir del temple, sobrevinieran hermosos encuentros con las otras actividades experimentadas. Qué dichosas aquellas integraciones donde, en los álgidos puntos de éxtasis de paz completa, “poesía” quiere desaparecer y configurarse “filosofía”. O “filosofía” se deja llevar y duerme cuando “música” le canta los más bellos pensamientos. Qué agraciado aquel “pincel” que descansa sobre el susurro del “pensamiento”, y aquel otro “pensamiento” que se desmaya ante la presencia de ese “pincel” que silba sus más deliciosas cadencias. “Sensibilidad” se eleva en comunión con su amado y es entonces cuando “pensamiento” descansa y observa; a la sazón el arte procede en sintonía de indeterminabilidad. “Pensamiento”  habla y se alza cuando  su amada “sensibilidad” escucha tranquila. Toda vez que una calla, la otra habla, descansan y se activan, y no se cansan. En el hogar de la indeterminabilidad, la infinitud se hace estable, y el mundo determinado ya desaparece. Sencillamente no está. Ya no hay entendimiento clásico, ni leyes que cumplir, ni moralidades que armar por necesidad. Porque allá, en el mundo de indeterminabilidad, no necesitamos entendimiento, porque ya es entendimiento, ni ley, porque ya hay ley propia. Allá, sin ninguna clase de utopía, todo es conciencia, puesto que la actividad de pensamiento y sensación dependen de ella. Dependen de su unión. Pero el mundo determinado vuelve, porque quiere encontrar su cuerpo, su física, su materia, porque desea incorporarse con los suyos. Entonces habla, y no le entienden, porque el entendimiento sólo comprende según la ley. Pero aquel que viene del mundo indeterminado, sabe. Y sabe porque experimentó en conciencia, en henchida avenencia de sensación y pensamiento. En el estado pleno de paz y conciliación. Sin guerras, sin gobiernos. Sólo acciones y recepciones. En estados puros artísticos y estéticos.
No existe, en el ejercicio de indeterminabilidad, sensibilidad que venga desligada de pensamiento, de la misma forma que no existe pensamiento que venga desligado de sensibilidad. Con todo, tal y como ya sabemos,  la indeterminabilidad desea su cuerpo, y se aboca a la determinabilidad. Aquí es donde lo indeterminable acaba su componenda. Empero, es sólo un breve descanso, pues todo aquel que conoce la paz, le deja un sello imborrable y quiere volver a ella.  Y tratará de buscarla de nuevo.
En el trayecto de la determinabilidad, las emociones quieren regir nuevamente, los pensamientos buscan gobierno, en permanente lucha. Nace la esperanza hacia lo determinado. Y la ley arropa, menos mal; y se comprende. El mundo determinado vuelve a reinar, con su aleatoriedad, con sus nadas. Con sus sufrimientos y sus placeres carnales.
La estética es maestra que enseña tanto el mundo determinado como el que no lo es. Por eso en el transcurso de nuestras disquisiciones, navegamos de un lado a otro, porque la sensibilidad enseña sus artimañas, y el pensamiento quiere ubicarlas. El pensamiento ha de entender a su sensibilidad tanto en ejercicio de determinabilidad como en el de indeterminabilidad. Una conecta con la otra y la otra con la una, por eso son interdependientes.
La diferencia entre una y otra define la entrada o salida de una realidad a otra. Si la realidad determinada  se ajusta a su cuerpo, su física o su ley y en tal sintonía actúa; la realidad indeterminada,  se ajusta también a su ley, a su cuerpo y a su física. Pero no por ello deja de tener cuerpo, ni ley ni física. Una de las particularidades de la indeterminabilidad es que el cuerpo humano, aún actuando con sus sensaciones con su pensamiento, no se aferra a tal o cual pensamiento o sensación. Es decir, el cuerpo en estado  pasivo-latente percibe y actúa todo de la misma manera que lo hace en la otra realidad, la diferencia fundamental es que siente y piensa sin aferramiento. Esa cualidad es una característica que sólo posee la realidad indeterminada, y le permite conectar con la ley o con el entendimiento cada vez que lo desee. No sucede al contrario, sin embargo. Es por eso que el abismo indeterminado es, en realidad, un estado de conciencia más desarrollado. Se debe a que, en el ejercicio provocado o buscado de paz,  la conciencia despierta y se despliega. No es por casualidad, sino por ley de indeterminación que eso ocurra. Por eso, sólo en ejercicio y experiencia de tales estados son comprendidos con plenitud. De ahí que la estética que busque su propia identidad, haya de acoplar su actividad pensante a su sensibilidad, aunque sea a costa de renunciar a parte de su conocimiento. Salvados los escollos, el conocimiento adquirido nunca se pierde, puesto que la determinabilidad es también propia de estética. El arte que también renuncia a parte de su sensibilidad en su ejercicio de indeterminabilidad, tratando de encontrarse con el pensamiento, provoca encuentros con su la propia actividad que la identifica, no corriendo el riesgo que muera en su aleatoriedad, o que invasiones varias acontezcan.
Por todo ello, todo arte o toda estética, que actúe en ejercicio de indeterminabilidad, en la medida de paz del temple y sus equilibrios, no sólo encuentra la identidad propia de su actividad con los respetos debidos a las demás, sino que está colaborando a que esos demás, sean del calibre que sean, de la cualidad que sean, puedan también experimentarlo. Llámese entonces a todo ese magnánimo arte y estética, en producto o experiencia,  que exprese paz y que por tal cualidad produzca el sentimiento o pensamiento desde  la unicidad pasiva y latente de sensación-pensamiento,  arte indeterminable y estética indeterminable.
De la misma forma, todo aquel arte y estética, abocados a la determinación y que consideren la unicidad pasiva-latente como un estado fugaz, para nada realizable en el tiempo, llámense a estos: arte determinable y estética determinable.
A  partir de este punto nos abocaríamos a los estudios sobre el producto arte o las experiencias artísticas, sus particularidades como indeterminabilidad,  y los tipos de sensaciones y pensamientos que provoca; un ámbito que encuentra su realización en el terreno de las teorías del arte y las teorías estéticas específicas de la experiencia estética.
Entraríamos, desde aquí, en el terreno de las prácticas con sus teorizaciones. La teorización general de las analíticas estéticas puras, tanto de la determinabilidad como de la indeterminabilidad, no sólo pueden, sino que deben desarrollarse aún más; estamos al tanto de su infinitud, pero, por estos momentos y por lo que a mi motivaciones atañe,  la doy por fundamentalmente finalizada. No nos extrañe, en cualquier caso, que en el camino de las teorizaciones de las prácticas diversas de arte y de estética, nos pudiésemos encontrar con fundamentos que amplifiquen las mismas analíticas generales. Llegados al caso, tendremos a bien, complementar nuestros déficits o esquivos involuntarios, pues qué mejor añadidura, complemento en tanto que siempre inacabada actividad estética, que el “quehacer práctico” que nos otorgan nuestros pensamientos y sentires en el ejercicio de su experiencia.

Buenas indeterminabilidades, pues. Sea para esta causa, el mejor de mis deseos, que es sentimiento en acción,  y ponderación sobrevenida de mi pensamiento-sensibilidad.

























[1] F. Schiller, op.cit, p.183

[2] Simón Marchán, (sobre Max Dessoir). Teoría del arte. UNED, Madrid, p.19